31 marzo 2005

Terri Schiavo descansa en paz... tras una cruel agonía

Su fallecimiento plantea interrogantes acerca de un sistema legal que no garantiza el respeto a la dignidad d la vida y de la muerte

Terri Schiavo falleció esta mañana en el hospicio de Pinellas Park, Florida, 13 días después de haber sido desconectada del tubo que la alimentaba y le proveía hidratación. Tenía 41 años de edad.
Schiavo estuvo 15 años en lo que la mayoría de los médicos que la examinaron describieron como “estado vegetativo persistente” causado por un paro cardíaco que sufrió en 1990.
Aparentemente, la paciente perdió casi la totalidad de las funciones motoras voluntarias de su cuerpo a consecuencia del daño cerebral cortical sufrido por falta de irrigación sanguínea durante el ataque al corazón. Sin embargo, el daño no afectó a las zonas más profundas del cerebro que regulan las funcionas vitales como la respiración, el ritmo de sueño y vigilia y los órganos internos.
El esposo de la mujer, Michael Schiavo, que tenía la custodia legal, había pedido desde hace siete años que la desconectaran del tubo de alimentación que la mantenía con vida, pero los padres y hermanos de ella se opusieron tenazmente, tras lo cual comenzó una larga batalla legal entre ellos.
Las cortes decidieron a favor del esposo de Schiavo y en octubre del 2003 los médicos desconectaron el tubo por orden judicial. Pero seis días más tarde el tubo volvió a ser reinsertado por orden del gobernador republicano de Florida, Jeb Bush, hermano del presidente George W. Bush, después que la Legislatura de ese estado aprobó una ley que le daba autoridad para hacerlo.
Los abogados del esposo de Schiavo impugnaron la constitucionalidad de esa ley y ganaron el caso en la Corte Suprema estatal, tras lo que siguió una serie de apelaciones y fallos en cortes estatales y federales hasta que se agotaron los recursos legales y el tubo volvió a ser retirado el 18 de marzo de este año.
El esposo de Schiavo afirmó que su mujer le había dicho en una ocasión que no quería permanecer viva si algún día tenía un accidente que la dejara en estado vegetativo.
Los padres de la mujer dijeron que él nunca había mencionado eso sino hasta estos últimos años. También aseguraban que su hija los reconocía, tenían expresiones emocionales y se comunicaba básicamente con ellos.
La familia de Schiavo siempre mantuvo la convicción y esperanza de que ella podía recuperar algunas funciones cerebrales corticales mediante rehabilitación.
La muerte de Schiavo cierra un capítulo difícil en la historia de la medicina y la ética en el país, pero abre una serie de interrogantes acerca de la adecuación de las actuales leyes para resolver casos como este. Interrogantes que tendrán que ser abordadas por el Congreso federal y las legislaturas estatales.
Al quitarle el tubo que la alimentaba, Schiavo fue condenada a una muerte lenta y cruel por hambre y sed. Como lo dije en una nota anterior, ni a los peores criminales se les castiga con una sentencia tan despiadada.
Tiene que haber una forma más compasiva como, quizás, una inyección letal de barbitúricos. Por supuesto, los médicos y enfermeras se opondrán a convertirse en verdugos que ejecutan a pacientes terminales. Y aquí se entra de lleno en la polémica de la muerte inducida o asistida. Pero, desconectar el tubo ¿no es acaso una muerte inducida?
Otro de los aspectos legales que es necesario revisar es el del consentimiento del paciente para recibir o no recibir determinadas ayudas para prolongar la vida. Nadie tiene derecho a terminar la vida de una persona a menos que ella lo decida en pleno uso de sus facultades. Insisto en que todos los médicos y hospitales debieran exigir una declaración firmada (living will) de sus pacientes adultos, desde la primera visita, en la que éstos expresen su voluntad sobre seguir viviendo o no en determinadas circunstancias extremas que privan a la persona de sus movimientos, capacidad de comunicarse y pensar.
La terrible agonía y muerte de Terri Schiavo nos ha dejado un legado de conciencia colectiva sobre la dignidad de la vida y de la muerte del ser humano. Esta conciencia debe ser el motor para exigir a nuestros líderes y legisladores que dejen de lado los dogmas políticos y religiosos y busquen una forma más humana de enfrentar el fin de la existencia de una persona.

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