02 abril 2005

¿Podrá el próximo Papa mantener la unidad de la Iglesia?

La muerte de Juan Pablo II, el líder espiritual de más de mil millones de católicos en el mundo por más de 26 años, deja un vacío religioso, político y social difícil de llenar.
A diferencia de papas anteriores, Juan Pablo II llevó su mensaje personalmente a todo el planeta visitando cerca de 130 diferentes países. No se quedó, como sus antecesores, enclaustrado en el Vaticano ni se convirtió en prisionero de la burocracia de la Santa Sede.
Quería llegar directamente al pueblo y a los pobres, a los inmigrantes y a las minorías, a los enfermos, los niños y los ancianos. Y lo logró. Sin duda, fue el Papa más querido y conocido en la historia de la Iglesia Católica en los últimos siglos.
Trató de acercar las diferentes religiones del mundo y tomó la iniciativa para reunirse con líderes judíos y musulmanes, católicos ortodoxos y protestantes.
No tuvo temor de señalar la injusticia y denunciar la opresión ante dictadores como Pinochet, en Chile, o Marcos, en Filipinas. Tampoco tuvo miedo de objetar las guerras injustificadas y criticó abiertamente la invasión a Irak.
Juan Pablo Segundo tuvo, además, un papel decisivo en la revolución pacífica de su Polonia natal y sus contactos con Mijaíl Gorbachov contribuyeron a la democratización de los países de Europa Oriental y la Unión Soviética.
Pese a su visión progresista y activista sobre asuntos internacionales y los derechos humanos, mantuvo intacta la doctrina conservadora de la Iglesia en importantes temas, arriesgando una peligrosa división interna. Sólo su carisma y popularidad evitaron que grupos católicos inconformes con la rigidez de ciertos aspectos de la doctrina de la Iglesia se independizaran del Vaticano.
Una gran mayoría de católicos no sigue la doctrina de la Iglesia en temas como el divorcio, las relaciones sexuales prematrimoniales, el uso de anticonceptivos y, en menor grado, el aborto.
También hay un creciente movimiento dentro de la Iglesia para permitir que los sacerdotes se casen, que las mujeres puedan ser ordenadas para ejercer el sacerdocio y que los seglares tengan un mayor control sobre la organización y finanzas de las parroquias locales.
Y lo que todo el mundo se pregunta es: ¿será el próximo Papa capaz de llevar a cabo un aggiornamento de la Iglesia para adaptarla mejor a los tiempos en que vivimos?La respuesta a esa pregunta puede ser la clave para la sobrevivencia de una Iglesia unida bajo la autoridad del Vaticano.

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