12 marzo 2005

Mujeres torturadas reciben inesperado homenaje

No sé si tengo autorización para publicar esto, pero es un testimonio demasiado significativo como para dejar de compartirlo con los que nunca supieron lo que fue realmente la dictadura de Pinochet.
Y es significativo porque muestra que en Chile existe un proceso de introspección social, de asimilación de una culpa colectiva y de agradecimiento –tardío, eso sí- a los que murieron o sufrieron torturas por haber luchado contra la dictadura.
Más de 500,000 personas desfilaron frente al ataúd de Gladys Marín durante el velatorio de sus restos en el edificio del antiguo Congreso chileno, en el centro de Santiago. De todos los partidos políticos y credos religiosos, de todos los grupos sociales y profesiones vinieron a rendir homenaje a una mujer que se convirtió en símbolo común de un pueblo, como lo fueron Allende, Neruda, Víctor Jara y algunos otros pocos elegidos.
Estoy muy lejos, pero me cuentan que hubo decenas de momentos en que la emoción inundó a todos los presentes y el homenaje a Gladys Marín se convirtió también en homenaje y agradecimiento a los luchadores sobrevivientes de esa larga batalla por la libertad.
Una de estas sobrevivientes, periodista chilena que salió con vida de los cámares de tortura de Pinochet gracias a la presión internacional, narra en primera persona, uno de esos momentos de reconocimiento catártico:

Solamente (quiero) contarles a todos los hermanos de la red, que el
domingo en la noche, después del acto para la Mujer, en la Villa
Grimaldi, nos fuimos un grupo de mujeres (Clara Tamblay, María Emilia
Marchi, Marisa Matamala, Amelia Negrón, Ali Alvarado, Macarena Aguiló
que como bien saben estuvo en Villa Grimaldi, a los cuatro años, y
yo al velatorio de Gladys Marín, con el deseo de poder hacer una
guardia. A pesar de que había que hacer colas de horas, para ingresar,
todo fluyó armónicamente, nos hicieron pasar porque la mayoría eramos
de la tercera edad, por una puerta especial que había para los más
experimentados por la vida, y cuando dijimos que queríamos hacer
guardia (para lo que también había una tremenda cola), nos dijéramos
que esperáramos sólo unos minutos.
Y aquí viene lo emocionante, lo que todavía al escribirlo, hace que se
ericen los pelos. Jamás ni por un segundo cuando íbamos deseosas de
rendir un homenaje a Gladys, por su coraje, su compromiso, su
coherencia, pensamos en que pasaría lo que ocurrió. Dijeron: "hará
guardia una delegación de mujeres miristas, sobrevivientes de la Villa
Grimaldi", y nosotros avanzamos...y los centenares (o miles, no tengo
idea) que abarrotaban el salón del ex congreso, se pusieron de pié
como si al instante los hubiera movido un resorte, y aplaudieron,
aplaudieron y no terminaban nunca. Y seguían aplaudiendo, masivamente.
Cuando la guardia terminó y por el micrófono, una voz agradeció a la
delegación, nuevamente la estampida de pié, los aplausos incontenibles
que acompañaron toda la salida de estas siete mujeres que
representaban a todos uds. Y nosotras, sin poder contener la emoción,
dejábamos que las lágrimas corrieran .Se abalanzaban los flash de
decenas de cámaras fotográficas y filmadoras. Nadie quiso causar ese
impacto, pero lo recibimos llorosas, como un homenaje al Mir, como un
homenaje a las mujeres militantes, como un homenaje a todas las
víctimas de la represión. Como si un relámpago energético borrara las
desaveniencias del pasado, las diferencias políticas que nos
enemistaron, las pasiones militantes que nos hicieron olvidar, lo que
la dictadura nos hizo recordar: que estábamos en trincheras hermanas
apuntando hacia un mismo enemigo. Que éramos parte de un mismo ideario
de justicia y de construcción de una sociedad mejor.
Despedíamos a Gladys, conscientes de que fue parte de la generación a
la que pertenece la mayoría de nosotros, esa generación que por su
juventud pudo cometer errores, pero que protagonizó la comprometida
marcha, que tanto sentido le dió a nuestras vidas.
Nuestro grupo salió anoche vacilante, del edificio. Apoyándonos
unas con otras, tratando de mantenernos erguidas, y sin entender mucho
cómo se había originado esa explosión de afecto. Nos repusimos en la
Plaza de Armas, tomándonos unas cervezas. Brindamos por la Gladys, por
las bases comunistas, por el Mir, por las mujeres. Y hoy, todavía
emocionada, sentí que tenía que contárselos, porque ese homenaje no
fué para las siete mujeres de esa delegación, sino para todos los que
formamos parte de ese conglomerado de militantes, que se la jugó, por
lo que creía y seguimos creyendo.
Finalmente, en la víspera del Día Internacional de la Mujer, un abrazo
grande a todas las hermanas mujeres de esta red y un saludo especial a
la memoria de las miristas desaparecidas y asesinadas.

Gladys Díaz.

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