04 septiembre 2005

Sobre Borges y el papa Jan Pablo II

Reflexiones acerca de la rigidez política o intelectual
ABRIL 09, 2005

Tenía un amigo muy erudito, socialista y extremadamente estricto en su visión de la sociedad y de las personas. No perdonaba nada, no reconocía nada. Todo lo miraba a través de sus parámetros políticos y sentía como cierto desprecio por los que no pensaban como él.

Pero éramos amigos y disfrutábamos de las largas discusiones en las que nos enfrascábamos cada vez que nos reuníamos.

Un día estábamos conversando de literatura y le hablé de mi admiración por el escritor argentino Jorge Luis Borges, quien nunca ganó un premio Nóbel, quizás por su ideología.

Él me miró como si hubiera dicho una blasfemia. “¿Cómo te puede gustar un escritor tan reaccionario como Borges?”, me dijo. Y yo, un poco tímido, sólo atiné a decirle que me gustaba su creatividad.

Pero, en realidad, quería decirle mucho más que eso. Por ejemplo, que el arte o la literatura, o hasta la calidad de las personas, no puede medirse sólo por la posición política de los creadores. Hay mucho más que eso, hay una amplia gama de colores que va más allá del blanco y el negro.

No puedo dejar de apreciar la música de Wagner por el hecho de que la obertura de Tannhäuser era la favorita de muchos jerarcas nazis, ni puedo borrar de la lista de mis autores favoritos a Borges porque era racista y ultraderechista. Aunque sí puedo criticar y denunciar las ideologías que ellos representaron.

En el fondo, mi filosofía es que las doctrinas políticas, económicas o religiosas (o anti-religiosas) no son más que guías para la sociedad. El problema está cuando esas doctrinas son tomadas demasiado en serio, en forma inflexible o fanática.
Entonces tenemos las “guerras santas” de religiones o las confrontaciones a muerte entre el comunismo y el capitalismo, como las que hemos visto en el último siglo. Entonces perdemos la capacidad de apreciar lo valioso que puede tener cada uno de estos enfoques de la humanidad, y nos convertimos en fanáticos ciegos, planos, unidimensionales, que vemos todo a través de una interpretación de la realidad en lugar de tratar de aprehender la realidad misma, desde diferentes perspectivas y sin cristales que la distorsionen.

Todas estas reflexiones me han surgido a propósito de la muerte del papa Juan Pablo II y las reacciones que ha provocado en diferentes medios.

Para mí, no es necesario ser católico para reconocer el extraordinario valor que este Papa ha tenido en la humanidad. Judíos, musulmanes, budistas, capitalistas y socialistas han rendido homenaje al hombre que propagó su mensaje de paz, humildad y solidaridad por los diferentes pueblos del planeta. Él ha sido, sin ninguna duda, uno de los líderes más importantes del Siglo XX, que será recordado para siempre junto a nombres como los de Gandhi o el Ché Guevara.

Pero hay quienes sólo lo ven como un instrumento de las clases dominantes y la quintaesencia de la religión como “opio del pueblo”. He visto artículos que lo califican de “monstruo” y de “retrógrado”. Lamento que el rígido enfoque ideológico de esas personas les impida ver al hombre real que era Juan Pablo II, con sus defectos y virtudes.

Personalmente, estoy en desacuerdo con muchas de las doctrinas que el fallecido Papa pregonó durante su pontificado, en especial aquellas que tienen que ver con la vida sexual de las parejas, el uso de anticonceptivos, el celibato de los sacerdotes, la marginación de las mujeres en el sacerdocio y otras. Pero siento una gran admiración por el hombre que no se encerró en su palacio del Vaticano sino recorrió el mundo para estar en contacto directo con el pueblo, denunció las injusticias y defendió siempre los derechos de los más necesitados.