26 junio 2004

Once golpes al jefe Bratton
Por Jaime E. Olivares

No pudo haber ocurrido en peor momento para el LAPD. Justo cuando el jefe William Bratton aseguraba que las reformas exigidas por el gobierno federal estaban siendo cumplidas por el Departamento de Policía de nuestra ciudad, se produce un nuevo caso de brutalidad policial que plantea serias dudas sobre la efectividad de los cambios o la veracidad de su implementación.

La golpiza del afroamericano Stanley Miller, un sospechoso de robar un vehículo -que tiene antecedentes penales- es diferente a la de Rodney King, en 1991, que fue el punto de partida de los peores disturbios civiles en la historia de Los Angeles, pero es tan inaceptable como aquella y deja la sensación de que muy poco ha cambiado desde entonces.

Se podrá argumentar que se trata de otro caso aislado de brutalidad, que el número de incidentes de abuso de fuerza policial ha disminuido o que los oficiales reciben ahora cientos de horas de entrenamiento de “sensibilización” étnica. Sin embargo, la fuerza de la imagen en la televisión será siempre más convincente que cualquier explicación de las autoridades.

Lo que vimos todos en la televisión es que al menos un oficial golpeó con saña a Miller, que estaba en el suelo sometido por otro agente que se abalanzó sobre el sospechoso cuando aparentemente ya se había rendido y se agachaba como disponiéndose a tenderse boca abajo. Si hubo resistencia adicional por parte del arrestado, no se percibió en las imágenes transmitidas desde un helicóptero de noticias.

Los once golpes que propinó al sospechoso el oficial John Hatfield, descrito como hispano, se han convertido ahora en once golpes al jefe Bratton y a sus esfuerzos por cumplir con el decreto de consentimiento, cambiar la mentalidad de los policías a su cargo y devolver la respetabilidad al LAPD.

El golpe más serio es el que ha recibido la precaria confianza y credibilidad del público hacia el LAPD. Especialmente entre los inmigrantes que, debido a experiencias negativas en sus países de origen, han visto siempre a los policías con cautela o temor.

Al romperse esa confianza, muchos crímenes no serán denunciados, quedarán impunes, y los pandilleros aprovecharán la falta de comunicación entre la policía y los residentes para extender su garra de terror en los vecindarios.

El intenso trabajo que por años ha estado haciendo el LAPD para tender puentes hacia la comunidad y edificar una relación de colaboración y mutuo respeto puede derrumbarse.

Los angelinos esperan ahora algo más que la investigación “transparente” que prometió Bratton. Necesitan la seguridad de que los culpables serán castigados y de que se tomarán medidas adicionales para evitar que se repitan estos incidentes de brutalidad policial.

Los policías están sometidos a muchas presiones en su tarea de proteger a la comunidad y de perseguir a los criminales, sobre todo en las áreas infestadas por las pandillas. Todos los días están expuestos al peligro y la muerte. A veces trabajan hasta 20 ó 24 horas seguidas en una jornada porque, además de la labor policial en sí, tienen que llenar largos reportes al final de su patrullaje, asistir a cursos de entrenamiento y presentarse a testificar en las cortes.

Ellos necesitan también una preparación especial que les permita reaccionar bien en situaciones de extremo estrés.

Es imperativo poner más policías en las calles, pero hay que cuidar que sean las personas indicadas para ese trabajo y no personajes arrogantes,”gatillos alegres”, que sólo buscan abusar de un poder que nunca consiguieron por méritos propios sino les vino regalado con el uniforme y la pistola.

De acuerdo a reportes de un periódico, Hatfield tenía antecedentes de uso excesivo de fuerza. Si es así, ¿por qué seguía en servicio activo?

Todos recordamos el caso trágico de un oficial que mató a una indigente sin hogar, Margaret Mitchell, en 1999, porque supuestamente lo amenazó con un destornillador. Nadie, excepto los encargados de hacer el reporte que exoneró al policía, creyó que esa muerte fue justificada. Era una mujer frágil, de 55 años, que podría muy bien haber sido dominada de otra manera. Obviamente el policía que la mató reaccionó en forma desproporcionada, tal vez por miedo, y no estaba preparado para discernir entre un peligro mortal y una amenaza controlable.

La brutalidad policial tiene muchos orígenes, incluyendo el racismo, el miedo, la ignorancia y la arrogancia. Esos son los enemigos internos que el jefe Bratton tiene que derrotar en el LAPD. Y no es fácil, porque primero hay que cambiar una cultura de prácticas corruptas que ha sobrevivido a muchos jefes antes que él y que, incluso, ha sido fomentada por falta de acción de algunos de ellos.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Se trata de un caso aislado que puede pasar por muchos factores imposibles de anticipar. No se puede culpar a odos los policias por esto.