12 junio 2004

De los narcocorridos a los migracorridos

Jaime E. Olivares

12 de junio de 2004

Un nuevo estilo de música popular podría muy pronto enriquecer el ya enorme acervo folklórico de la legendaria frontera entre Estados Unidos y México: lo llamaremos los migracorridos, si es que los cancerberos de la lengua me permiten acuñar el término.
De acuerdo a declaraciones de un funcionario del Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP), esa agencia federal planea contratar los servicios de conocidos grupos musicales mexicanos para componer corridos que difundan los peligros de cruzar la frontera ilegalmente por los mortales desiertos de Arizona y otras arriesgadas rutas utilizadas por los traficantes de indocumentados.
De manera similar a los narcocorridos, que relataban las hazañas o los crímenes de los narcotraficantes y que alcanzaron su mayor popularidad con los Tigres del Norte, los migracorridos podrían cantar las trágicas historias de familias que perecieron abrasadas por el calor, de mujeres violadas por los coyotes o de niños secuestrados para pedir rescate. La cantidad de temas es infinita.
La intención de las autoridades migratorias es tratar de disuadir, mediante el miedo, a los potenciales indocumentados de venir a este país. Nada hay tan convincente como un mensaje que apela a los temores más arraigados de la gente, envuelto en un disfraz de tradiciones y costumbres populares. Lo decía Marshall McLuhan: el mensaje es el medio.
La gente se deleitaría con la música, el ritmo y la voz de sus cantantes o bandas favoritas, sin imaginarse siquiera que se trata de canciones pagadas por el gobierno estadounidense, con un mensaje de contrabando. Supongo que quedarían descalificadas, por lo menos, para concursar en cualquier festival de música popular aquí y en México.
Los migracorridos serían difundidos principalmente en radios mexicanas, en especial en la zona fronteriza y en las regiones donde hay mayor éxodo de migrantes hacia el norte. El CBP destinaría una partida de sus fondos para pagar espacio en las radios.
Pero esta novedosa forma de combatir la inmigración ilegal, podría ser mal vista por los mexicanos que, por mucho menos, prohibieron hace algunos años los narcocorridos.
El problema de los narcocorridos era que muchos exaltaban la vida y las actividades criminales de los traficantes de drogas. Se dice, incluso, que algunos narcos pagaban para que se les hicieran corridos elogiando sus andanzas. Quién sabe, ese es un mundo donde la realidad y la leyenda se confunden.
Pero volviendo a los migracorridos, creo que sería mejor que las autoridades migratorias trataran de evitar las muertes y los crímenes en la frontera con medidas más prácticas y realistas.
En primer lugar, combatiendo con todos los medios disponibles —y a ambos lados de la frontera— a los traficantes de seres humanos. El contrabando de indocumentados es un floreciente y multimillonario negocio que no ha disminuido sino, por el contrario, ha aumentado con los operativos de la Patrulla Fronteriza que, por su parte, han causado un terrible saldo de muertes.
En los últimos 10 años, la tarifa promedio que cobran los coyotes o polleros por pasar a un indocumentado ha subido de unos 500 dólares que pedían a mediados de la década de los 90, a cerca de dos mil dólares en estos días. Eso para los mexicanos. Los centroamericanos y ciudadanos de otras naciones pagan todavía más.
Si suponemos, muy conservadoramente, que cada año alrededor de medio millón de inmigrantes utilizan servicios de coyotes para venir a Estados Unidos, estamos hablando de una cantidad cercana a los 1,000 millones de dólares. Casi dos tercios de lo que se gasta en proteger la frontera. Eso quiere decir que hay magnates del contrabando humano que obtienen enormes ganancias mediante la extorsión y a costa del sufrimiento y la necesidad de los más vulnerables.
Si se combate efectivamente a los coyotes, el número de muertes en la frontera se reduciría bastante. Desde que comenzó la Operación Guardián, hace 10 años, han muerto más de 2,500 inmigrantes tratando de cruzar hacia Estados Unidos. Sólo durante el año pasado perdieron la vida más de 400 de ellos. Las bardas de acero y la mayor vigilancia en California han desplazado las rutas de cruce hacia los inhóspitos desiertos de Arizona.
Pero sería simplista pensar que eliminando a los polleros se acabaría la inmigración ilegal. La solución de fondo debe ser fomentar el crecimiento económico de México y establecer un sistema de ingreso legal de los trabajadores extranjeros que la industria y el comercio estadounidense necesitan para poder prosperar.
El tiempo apremia. En el desierto siguen brotando cruces que marcan la ruta de miles de sueños truncados trágicamente por la muerte.

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